No a la tratas de personas

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Nuestro rotundo NO A LA TRATA DE PERSONAS tiene su expresión directa en el Artículo 4 de la Declaración de Derechos Humanos: “Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas”. 

Es evidente que esta formulación es un gran deseo y que ha hecho avanzar a la humanidad en muchos momentos y lugares. Pero también es evidente que su cumplimiento universal es un horizonte lejano hacia el que caminamos, con paso inseguro y con no pocos retrocesos. Continuamente, año tras año, denunciamos esa situación, casos sangrantes de esclavitud pura y dura que se dan en todo el mundo y también entre nosotros.

Pero tal vez nuestra denuncia necesita una mirada más amplia, que encontramos ya recogida en el preámbulo de la Declaración de Derechos Humanos:

“La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana. El desconocimiento y el desprecio de los Derechos Humanos han originado actos de barbarie ultrajante para la conciencia de la humanidad”. Sin esta comprensión de la dignidad humana, los derechos no tienen tierra en qué sustentarse.

La misma sociedad que proclama los Derechos Humanos ha creado una mentalidad mercantilista, con el beneficio económico y la satisfacción personal como criterios supremos, al margen de límites éticos. En casos extremos encontramos a quienes planifican el comercio de personas, como si de cualquier materia prima se tratara. 

En pequeña escala se corre el riesgo de valorar a las personas por los beneficios que nos aportan a nivel social, emocional, laboral, sexual, económico... manteniendo relaciones humanas falseadas, alejadas del reconocimiento del valor de cada persona. Esta forma de relacionarse es tierra abonada para que germinen y crezcan el individualismo, el egocentrismo, la indiferencia y la apatía, y en consecuencia la colaboración y la complicidad, más o menos inconscientes, con la explotación de seres humanos. Acciones y actitudes frente a las cuales cabe la denuncia y también la autocrítica.

 

En muchos lugares la desigualdad y el tener sometida, de forma burda o sutil, a una parte de la población, está tan normalizada, tan bien gestionada en la educación y los MSC, que es difícil que las personas, en especial las mujeres, sean conscientes de las manipulaciones y explotación que están sufriendo, incluso a veces en realidades tan duras, como la trata de personas.

¿CÓMO HABLAR ENTONCES DE EMPODERAMIENTO?

 En el empoderamiento de las víctimas de trata son necesarios un toque y un proceso.

Un toque en lo más profundo de cada ser humano, mujer o varón, donde hay un núcleo de dignidad, reconocido o no, inaccesible para los demás, irrenunciable para la propia persona. En ese núcleo se encuentra la fuerza para abrir los ojos, levantarse, volver a caminar, alzar la cabeza… a pesar de todo el sufrimiento, el desprecio, la violencia, que se hayan sufrido; cualquier acontecimiento que ponga a la persona en contacto con él, es la chispa para que puede iniciar el proceso de empoderamiento.

 

El proceso será lento, largo y difícil, con muchas cosas en contra; un proceso de encuentro consigo misma y con los otros. Un proceso de des-victimización que lleve a descubrir, reconocer, asumir y celebrar la propia dignidad, libertad y capacidades. Será más fácil si se acompaña, si otras personas cercanas creen que es posible y lo demuestran con sus actitudes, respetando y animando, relacionándose como iguales, como compañeras de viaje. Y algo menos duro, si se le facilitan los medios a los que tiene derecho.

En nuestro empoderamiento, el de los y las “no víctimas”, también son necesarios un toque y un proceso. 

El toque que nos abra a ser conscientes de qué concepto de persona y de relaciones personales se revelan en la práctica de nuestra vida. 

El proceso que junto con otras y otros, con muchas otras y otros, nos lleve a trabajar sin descanso por la familia humana de iguales en dignidad y libertad, que somos capaces de construir.

 

María Dolores García Maquívar
Dominica de la Presentación