El odio: Concepto banalizado

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MODOS DE PERCIBIR LO QUE ESTAMOS VIVIENDO

Son tiempos complejos y dolorosos, lamento empezar este comentario de este modo pero brota sin pretenderlo. Escuchamos a diario las cifras covid: nº de contagiados, incidencias acumuladas, hospitalizados y fallecidos, totales y por Comunidades. Ya no nos impacta. No es una acusación;  estamos resistiendo, también estamos asustados. La pandemia ha puesto la vida pública y la privada patas arriba.

Hay muchas personas que no critican las decisiones tomadas y las que se siguen tomando desde las diversas administraciones, puede que sea afinidad política con quienes gobiernan y como consecuencia practican cierta incondicionalidad o puede ser por otras razones. Poco más o menos, bajo el paraguas de los muchos frentes a los que tienen que atender,  dicen que “están haciendo lo que pueden” con demasiada presión.  No entran en lo que se percibe, con cierto consenso,  como errores. 

Pero hay otro modo de percibir y sentir la situación en España. Ese otro modo es  más crítico y percibo que es  más numeroso…

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Aunque estas reflexiones no pretenden centrarse exclusivamente en este país, me vais a perdonar que lo haga. Y por lo que vamos conociendo  otros países  tienen muchas semejanzas con el nuestro.

Bien, ese otro modo de percibir y sentir la realidad es mucho más crítico. La DESCONFIANZA EN LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS aparece inevitablemente. Desconfianza de las Instituciones, de los políticos sin apenas discriminación, “desconfianza de todo lo que se mueve”, sacando de ese terreno  pantanoso la propia vida y el entorno familiar y de amigos  - con frecuencia tampoco se excluye al ambiente laboral-.  Según  algunos analistas la desconfianza viene de atrás, comienza a fraguarse  en la crisis de 2008. La pandemia ha potenciado  esa percepción porque se han destapado más los déficits que llevábamos arrastrando, la complejidad en la toma  decisiones durante la pandemia,  las dificultades de coordinación entre Estado y Comunidades Autónomas, etc., etc. Todo esto con un elemento también protagonista: la transparencia no siempre transparente  de unas instituciones y otras.

¿Por qué hemos llegado a tanta desconfianza?  Apuntaré posibles claves:

  • Tenemos un Parlamento de la Nación (+ Senado) y no pocos Parlamentos Autonómicos permanentemente crispados. Sin entrar en los numerosos casos de corrupción destapados  y condenados por la Justicia.
  • Tenemos una Judicatura cuestionada. Atascada. Lenta.
  • La desigualdad y la pobreza son reales. Los Informes de Cáritas y FOESSA no son sospechosos y desde hace años dan cifras tremendamente graves. Familias que no llegan a fin de mes, que son desahuciadas de sus casas por impagos o retrasos  en el pago de hipotecas o alquileres. Niños y niñas  muy vulnerables. Paro altísimo.  Ahora nos tememos, justificadamente, que la pandemia  lo esté empeorando todo.
  • Jóvenes que no encuentran trabajo o bien se ven obligados a aceptar contratos temporales, precarios.  Y frente a esto   se van a otros países.
  • Nuestra Sanidad ha ido deteriorándose en buena parte de las CCAA, especialmente en su primer nivel: La Atención Primaria.
  • Nuestro Sistema Educativo lleva experimentando leyes a lo largo de los años pero sin resolver problemas muy señalados. Y esperando el gran “Pacto por la Educación” tantas veces  reclamado y en alguna ocasión fallido.
  • La Investigación esperando su turno con presupuestos escasísimos.
  • La Dependencia estancada.

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EL ODIO: DAÑO SOCIAL

Tenemos un segundo elemento que abona esa desconfianza y que a su vez se nutre de ella: la  retórica del odio. Ninguna de sus formas es gratuita.

El odio es el sentimiento más negativo que un ser humano puede experimentar porque con él desea el mayor mal posible. Con frecuencia se describe como lo opuesto al amor. Y la Enciclopedia Libre –Wikipedia-  nos dice que es “un intento de rechazar o eliminar aquello que genera disgusto… Es repulsión hacia una persona, cosa o fenómeno, así  como el deseo de evitar, limitar o destruir su objetivo”.

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Nos venimos acostumbrando a  expresiones duras, hirientes, soeces, con tal de humillar o rebajar a los otros.  Esto se acompaña con el lenguaje de los gestos; el rostro especialmente habla y distingue cuando es broma o simple argumento, de cuando la ira y el odio plantan cara. Y lo presenciamos  en programas de TV,  también en alguna emisora,  lo leemos frecuentemente en  las  redes, y por supuesto  también en  la vida política. Todo cuanto parezca útil  es válido   bajo el argumento de la libertad de expresión. Se rechaza que sea odio en una de sus formas, quizá la menos beligerante. Pero lo es.

Doblegar la curva del covid19 es fundamental. Y doblegar la curva  del odio que percibimos no es menos importante. El odio es contagioso, se expande si lo dejamos  a gran velocidad, sobre todo en contextos de incertidumbre y fragilidad  como los que vivimos. La desigualdad, la precariedad, la pobreza, son terreno sensible  para que los discursos  encendidos  en las Instituciones, en los Medios o en las Redes Sociales se transformen en actitudes y comportamientos  de odio.

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La desconfianza institucional, el odio que percibimos en crecimiento y la pandemia (con múltiples medidas para su reducción), suman demasiado, nos pueden dañar con ese daño  que ofusca y conducen al desengaño, a creer  que las imperfectas democracias  NO valen… Y es que la confrontación permanente como arma política  nos está debilitando. Ruido y más ruido, confusión y escasos mensajes de esperanza.

Otra desgraciada herramienta política  son las mentiras o medias verdades que a través de las redes o en las  citadas Instituciones se vierten con mucha frecuencia. Y sin lugar a dudas son métodos que conducen a la división y al odio. Presenciamos también  con frecuencia que cuando es tiempo de preguntas (controles Parlamentarios por ejemplo) éstas no se realizan sino que dan paso a discursos para herir al oponente. Y de este modo el diálogo se vuelve imposible, pero es que el diálogo no es su objetivo; la intención se ve claramente que no es esa y mucho menos el pacto. No entra en los planes. El bien del país se arrincona. La democracia, cuya  cualidad  destacada  es el diálogo y el pacto, queda achatada, reducida; la ponemos en peligro.

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CONSECUENCIAS

¿Nos sorprende el  desengaño, el hartazgo, los comentarios  dolidos de mucha personas? NO. Todo esto se está dando cada día, también se da la pena y la preocupación  porque nuestro empeoramiento económico vaya a ser brutal y  nos coja desarbolados, crispados y empleados en  debates y temas que no sean los  prioritarios. En esa vorágine dejemos a las personas vulnerables tiradas,  aumente la pobreza  sin emplearnos a fondo en combatirla, sin el esperado esfuerzo en eso que llamamos  generar empleo y bienestar. Y no contribuyamos a que el país sea más feliz, más sostenible, más ecológico.

Cuestionar la democracia es otro escalón peligroso que algunas personas suben quizá sin reparar en su gravedad. Los sistemas democráticos de los diferentes países  siempre se  concretan en modos y formas con personas  que imprimen a esas  políticas el cómo se nos gobierna. Y algunos, a veces muchos de esos “cómos” son criticables, pero la democracia sigue teniendo valor y el odio no es la receta.

No nos despistemos, la violencia verbal  conduce a actitudes de odio. Y cuando las actitudes pasan al terreno de los hechos  se producen hechos muy graves.

El odio nos ha dividido y conducido a guerras, no se nos puede olvidar. Las tenemos demasiado cerca en el tiempo y lugar.

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 PLANTAR CARA  AL ODIO

Somos muchas las personas que defendemos la dignidad humana desde la perspectiva y la opción  por los Derechos Humanos. Mucha otra gente lo hace desde las diferentes religiones o desde el humanismo.

Seguiremos defendiendo que todas las vidas son valiosas, las de los seres humanos y también la vida del Planeta. Defenderemos que la verdad, la honestidad, la justicia, la igualdad, la sencillez, la solidaridad, el perdón, la reparación, el diálogo y siempre el diálogo…. son el camino, el único si queremos una sociedad en paz que mejore y avance y haga sociedades  más felices y sostenibles. Estamos convencidos de que todo lo contrario nos  divide y destruye.

Y  también somos muchas las personas convencidas de que  tenemos que vencer la desconfianza y el odio y reforzar la convivencia. Es la hora del diálogo y de  la generosidad. Nada de esto está reñido con tener sentido crítico, con aprender  de los aciertos y los errores.

 

Adriana Sarriés
Madrid, noviembre 2020