He estado mucho tiempo pensando en cómo empezar a contar mi voluntariado, hasta que alguien me leyó El camino a Ítaca, de Konstantino Kavafis:
“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.”
Fue entonces cuando supe cómo empezar a contar mi experiencia en el voluntariado. Aunque primero debo empezar recordando, a grandes rasgos, adónde fui. Yo viajé a Ecuador, en concreto a Puyo, la capital de la provincia de Pastaza, en el este del país. Casi todo el territorio de la provincia es selva amazónica. Podría decir que la Clara de antes del voluntariado no es la misma que la Clara de después del voluntariado.
Haciendo una reflexión sobre cómo he vivido la experiencia del voluntariado, podría hacer una distinción. Cualquier viaje a un sitio lejano y diferente a lo que estás acostumbrado a ver genera cambios en nosotros. En mi caso, vi el Amazonas y la selva por primera vez, viajé en cayuco por un río, probé comida nueva, conocí el huito (una fruta que sirve para pintarse la cara), etc. Todas estas nuevas experiencias y aventuras me hicieron ser consciente de una realidad diferente a la que yo conocía. Ahora entiendo mejor toda la problemática de los incendios en el Amazonas, los deslaves que se provocan por las lluvias torrenciales, añado nuevos alimentos, como la yuca, a mi alimentación, etc. Todos estos ejemplos son fruto de conocer una cultura y un país diferente al mío a través de un viaje.
Pero el viaje no es lo único ni lo más importante de la experiencia del voluntariado. Todo lo aprendido no se queda únicamente en esto; es necesario añadir muchos otros aprendizajes más profundos, los cuales somos capaces de obtener a través del trabajo realizado allí, de conocer a nuevas personas y sus contextos. Es decir, no solo he conocido el Amazonas y ahora soy más consciente de la problemática de los incendios, sino que, gracias al trabajo realizado allí, he aprendido a cuidar la tierra, a valorarla, a conocerla y a quererla. La gente de allí nos enseñó el amor que tenían por su tierra, por las plantas, los árboles, los animales, etc. No solo conocí qué era el huito, sino que aprendí cómo, a través de él, las diferentes comunidades amazónicas se diferencian entre sí. Cómo cada forma representa un animal diferente y cómo, a través de las figuras que se pintan en la cara, se expresan distintos significados.
Conoces también cómo les afecta la alimentación más allá de la yuca; te cuentan que beben chicha para desayunar o que consumen agua sin filtrar. Es así como entiendes los problemas de salud que esto les causa. El voluntariado y las experiencias vividas allí me han ayudado a contribuir a crear en mí una mejor persona, que conoce otras realidades y que ha aprendido y adquirido unas capacidades y habilidades sociales específicas.
El conocer a personas de allí, estar con los chicos en los campamentos, conocerlos, escucharlos, hablar con ellos, reírnos juntos, etc., deja en ti una sensación de familiaridad. Vuelvo a ver las fotos, encuentro influencers en las redes sociales de allí o me tropiezo con un restaurante ecuatoriano en Madrid, y en mí florece un sentimiento de familia difícil de definir. No me parece desconocido o lejano; lo siento cerca, como algo que llevaré conmigo siempre, que ha destruido prejuicios internos y ha creado nuevos sentimientos de fraternidad.
Quizá antes de haber hecho el voluntariado, la lectura de El camino a Ítaca no me hubiese inspirado o no la habría relacionado con nada. Pero es a partir de esta experiencia cuando le doy todo el sentido. El viaje de la vida tiene que estar lleno de experiencias y aventuras que te hagan entender otras realidades, tener en cuenta otras maneras de vivir, conocer a personas al otro lado del mundo que te aporten su conocimiento. Es todo ello lo que te hace llegar a Ítaca llena de un valor incalculable.
“Y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino,
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.”
Seguramente, el voluntariado haya sido una de las mejores experiencias de mi vida, pero estoy segura de que no será la única. Habrá muchas otras vivencias que serán incluso mejores, que me abrirán nuevas maneras de entender, de conocer el mundo y de añadir aventuras a mi viaje a Ítaca. Espero que esta espera no se haga larga y que, dentro de poco, pueda volver a irme y ampliar otra vez mi forma de comprender el mundo.
Clara Ródenas Herrera