Se nos ha ido Francisco, el papa cercano, amigo, sencillo, al que era fácil entender.
Heredó las sandalias de Pedro, el pescador galileo, el 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI. “Mis hermanos cardenales han ido a buscar el obispo de Roma al fin del mundo”, dijo en su comparecencia luego de ser elegido Papa. También nos pidió entonces que rezáramos por él. Hasta entonces, eran las altas jerarquías las que debían rezar por los de abajo.
Tenía entonces 76 años y era arzobispo de buenos Aires. Y, de pronto, se convertía en el sucesor 266 de Pedro. Era el primer papa jesuita, el primero proveniente del hemisferio Sur, el primero originario de América, el primero en elegir para sí el nombre de Francisco, en homenaje y recuerdo del Santo de Asís. Muchos símbolos -y elocuentes- desde el primer momento.
Cuando en 2001 fue nombrado cardenal y muchos de sus paisanos argentinos querían acompañarle a Roma, les dijo que no lo hicieran, y que destinaran a los pobres el importe del viaje… Durante los 15 años de ministerio episcopal en Buenos Aires, vivía en un apartamento pequeño, en vez de la residencia palaciega episcopal; viajaba en transporte público; hacía su compra y cocinaba su propia comida. Y, como buen argentino, era aficionado al fútbol y tenía su equipo favorito: El Club Atlético San Lorenzo de Almagro. Al ser elegido Papa, renunció a vivir en el Palacio Apostólico Vaticano y se hospedó en la residencia “Casa Santa Marta”.
Apenas llevaba dos años de Papa cuando sorprendió al mundo con la encíclica Laudato Sí, un excelente alegato a favor de la Ecología y del “cuidado de la casa común”, en el que reflexionaba sobre las causas y consecuencias del deterioro ecológico y hacía propuestas éticas y científicas para superar la situación. Era la primera vez que un Papa situaba la crisis climática en el centro de la doctrina social de la Iglesia, denunciando sin ambigüedades la responsabilidad del sistema económico en la destrucción del planeta.
La capacidad tecnológica, decía, se ha unido a doctrina económica del neoliberalismo, y así se ha llegado al paradigma del “crecimiento infinito o ilimitado”, que ha llevado a exprimir los recursos del planeta, provocando un cambio climático cuyos nefastos efectos afectan sobre todo a los más pobres. Un modelo de desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles, y que sólo busca el rédito económico rápido y fácil, sin preocuparse por la preservación de los recursos para el futuro, ha llevado a la degradación del ambiente natural y el ambiente humano.
Ante ello es inexcusable un cambio de rumbo hacia una “ecología integral” que modifique la relación del ser humano con la naturaleza y con los demás, afrontando conjuntamente la lucha por el medio ambiente y la lucha contra la pobreza y por la dignidad a los excluidos. Así lo veía él.
Desde su llegada a la “silla de Pedro”, Francisco invitó a poner en marcha desde la fe “la revolución de la ternura”, la misma que reflejaba en sus gestos. Habló de una Iglesia “en salida”, cercana a los fieles, y de que los pastores deben tener “olor a oveja”. Y nos emocionó con sus gestos como el lavado de pies a prisioneros y refugiados y sus abrazos a los migrantes.
Pero también asumió con claridad y determinación la defensa del bien común. Le tocó vivir en un mundo agitado por pobrezas multidimensionales, violencias agresivas, crisis económicas, guerras y terrorismos, injusticias insoportables, cambios climáticos preocupantes… Y supo señalar caminos de esperanza. Denunció con firmeza un sistema que antepone el dinero a las personas, creando sociedades cada vez más desiguales. Ha sido quizá el líder mundial que ha analizado con más valentía las lacras del sistema político-económico en que vivimos: Desigualdad económica y social, acumulación de la riqueza cada vez en menos manos, descartados del sistema…
En el mundo impera, según él, una “economía de la exclusión y la inequidad, una economía que mata… Todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte… Grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida… Esa economía ha dado lugar a la ‘cultura del descarte’” (Evangelii Gaudium, 2013, N. 53).
Tenía muy claro que, frente al pernicioso modelo económico, no es suficiente modificar nuestro estilo de vida (nuestros hábitos y costumbres), sino que “es imprescindible también ajustar nuestros modelos socio-económicos para que tengan rostro humano” (Videomensaje a los participantes en el IV Encuentro Mundial de Movimientos Populares, 16 de octubre de 2021).
Le gustaba mucho la parábola del buen samaritano, expuesta por Jesús de Nazaret (Lucas, 10, 25-37), para explicar las exigencias del amor cristiano. Un hombre, asaltado y herido por los ladrones, está tirado en el camino. Algunas personas social y religiosamente importantes pasan a su lado, pero no se detienen. Pero uno se le acerca, lo cura con sus propias manos, se ocupa de él. “Hay dos tipos de personas, decía Francisco: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo” (Ver Fratelli Tutti, 2020, N. 62-70).
Nos recordó que el amor cristiano “es también civil y político” (Laudato Sí, 2015, N. 231), y que “es caridad todo lo que se realiza para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento” (Fratelli Tutti, 2020, N 186). El amor “no debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, sino que “implica la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres” (Evangelii Gaudium, 2013, N. 180, 188 y 205).
¡Cuántas veces dijo que la brecha entre el Norte-Sur es un problema que debemos hacer frente unidos, para frenar la desigualdad en todas sus formas!
¡Cuántas veces alzó su voz sobre el drama de los emigrantes y refugiados, reclamando una cultura del encuentro, con sus cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar! Su primer viaje fuera de Roma fue a la isla de Lampedusa, corazón dramático del fenómeno migratorio en el Mediterráneo.
¡Cuántas veces demandó una globalización de la solidaridad y una economía a medida de las personas, no sujeta solamente a las ganancias, para garantizar una vida digna a todo ser humano, empezando precisamente por los más pequeños y vulnerables!
Hizo esfuerzos por caminar a una iglesia realmente sinodal, y abrió algunas puertas para que las mujeres ocuparan puestos de responsabilidad en ella. Y unió su voz a la de otros dirigentes cristianos y de otras religiones en favor del diálogo interreligioso, la paz, la justicia, la acogida…
Fue un aliento para todos los que buscan un mundo más justo y una sociedad más solidaria, y se convirtió en un referente para los movimientos sociales y sindicales que defienden el derecho a un trabajo digno, mientras los centros de poder político y económico no ocultaban su incomodidad. Paradógicamente, cosechó simpatías en las izquierdas y recelos en las derechas.
En su última aparición pública condenó la carrera del rearme, demandó luchar seriamente contra el hambre en el mundo y lamentó el “desprecio hacia los más débiles, los marginados, los migrantes…”
Echaremos en falta su voz en un tiempo de retrocesos sociales, de amenazas autoritarias y miedos, de xenofobias, de prevalencia de la ley del más fuerte, de retroceso del humanismo… La echaremos en falta los creyentes y los no creyentes, en un momento de escasa autoridad moral en quienes dirigen el mundo, ésos que ahora proclaman pésames y dedican alabanzas con la boca pequeña a quien ningunearon, a quien intentaron silenciar y que no le escucháramos, bloqueándole en sus medios de comunicación, y que continuaron haciendo exactamente lo contrario de lo que él demandaba: inmigración digna, cuidado del planeta, paz y justicia, nuevo modelo de desarrollo, erradicación de las extremas desigualdades…
Se nos ha ido uno de los grandes del siglo XXI. Su partida ha conmocionado al mundo, de manera especial a los fieles católicos y sobre todo a las “periferias” pobres del mundo, las geográficas y las existenciales. Era su Papa.
¡Descansa en paz, hermano Francisco. Te lo has ganado!