Eran las cinco de la mañana, pero no se trata de la canción de Juan Luis Guerra “Visa para un sueño”. En este caso se trata de una pesadilla. Sin aviso, sin explicaciones y sin piedad, cientos de policías, y por orden de no se sabe quién, desalojaron en El Seybo a más de 60 familias de sus humildes viviendas. Las excavadoras entraron en sus casas sin preguntar. No importaba si había gente o no. Sólo daban orden de salir. Incluso en algunos momentos ponían la excavadora en funcionamiento sin que las familias hubiesen salido de la casa. Con una media de unos diez minutos por vivienda arrasaron la vida de estas familias a las que dejaron en la calle, sin nada, absolutamente nada. Al sereno.
Eso pasó en la madrugada del 5 de septiembre. Tres días después, el 8 de septiembre, llegué a República Dominicana, a El Seybo. Soy voluntaria de Misioneros Dominicos-Selvas Amazónicas, con el Padre Miguel Ángel Gullón. Y me encontré en Los Solares, en el barrio de Villa Guerrero, un paisaje desolador. Me encontré de lleno con la tragedia. En vivo y en directo. Acompañé a Miguel Ángel Gullón a ver a estas familias que, bajo los escombros, buscaban cualquier pertenencia, y también amparo. Amparo que este misionero les da. Sólo hay escombros. La Policía lo rompió todo. No respetó ni la iglesia. Sólo se ve destrucción. Es el caos.
Nadie, absolutamente nadie, se ha dirigido a ellos para ayudarles, para socorrerles, ni siquiera para preguntarles cómo están y si necesitan algo. Ninguna autoridad, ningún responsable público, ninguna institución social. No parece que les importen. Está claro, no les importan, el ser humano no les importa. Clama al cielo. La discusión se tercia en si pueden o no estar en ese terreno, si era de ellos o no. Les permitieron construir una casa, humilde, pero casa, al fin y al cabo. Un hogar, su hogar.
Las autoridades locales, provinciales y nacionales pidieron a la Familia Dominica que intermediara con las familias para que salieran de la zona donde se iban a construir cincuenta casas de hielo seco. Las propias autoridades facilitaron material a las familias ahora desalojadas para que construyeran sus casas. Entonces no dijeron nada. Ahora tampoco. Directamente actuaron con violencia. Los vecinos de Los Solares no recibieron ninguna orden de desalojo, ningún aviso, ninguna advertencia, pero está claro que la Policía actuó por orden de alguien, no se sabe de quien. Eran agentes de varias provincias y los policías no actúan por ciencia infusa. Y menos de esta manera. Iban bien armados.
Los niños no pudieron ir a la escuela, no tenían uniformes ni material escolar. Ni ganas. Los padres mantienen la calma delante de ellos. No podían ir a trabajar porque tenían que resolver esta catástrofe, que es más fuerte que un huracán, que sí avisa. Me llama la atención su tranquilidad, pero el sosiego es necesario. La procesión va por dentro. No nos imaginamos lo que es que te dejen sin casa, y menos de la noche a la mañana. No lo sabemos.
Todos los días van a lo que era su casa. No queda nada. Hablan de lo que pasó. No entienden nada. Es lógico. Nadie lo entiende. Se habría necesitado un procedimiento judicial. Entre los escombros de sus casas se ven restos de muebles, de ropa, zapatos, juguetes, un camión de plástico, restos de un triciclo pasado por la excavadora. Se reúnen para ver qué pueden hacer y a quién pueden pedir responsabilidades. Es...no sé cómo decirlo...emotivo, y hasta entrañable ver a César y a su mujer cenando bajo un árbol que estaba a la puerta de casa. Van todos los días. Cenan con su hija pequeña, de un año. Tienen otros dos hijos, de cuatro y cinco años, que se quedaron con la abuela. César se llevó al mayor cuando entraba la excavadora en su casa. No quería que viese nada porque se daba cuenta de todo y no quiere que viva con un trauma. Ahora viven en una habitación alquilada. Su hijo le pregunta si la pala mecánica tumbó la casa.
Una historia parecida es la de Osiris y su mujer, que también va todos los días al terminar de trabajar. Me cuenta cómo era su hogar. Acababan de instalar el baño. Ahora se ve un inodoro encima de los escombros. Relata cómo estaba distribuido su pequeño hogar y me permite que le fotografíe delante de lo que era su casa. Una pila de escombros. Y me llama la atención el caso de un hombre de 78 años, Luis, muy envejecido, que sigue viviendo en Los Solares, bajo la única protección del cielo. Está solo, pero los que eran sus vecinos le siguen ayudando y le llevan comida todos los días. Vive sobre dos colchones en una cama de madera tapado por hojas de zinc. Y rodeado de agua, es época de lluvias y los chaparrones son diarios y caen con intensidad. No quiere irse porque tiene miedo a que le roben lo poco que tiene y, sobre todo, porque espera que le den la casa prometida y poder sembrar en su conuco. Lo que no sabe es que no se la van a dar nunca, pero tiene esperanza.
Quien les da apoyo, el único apoyo, es el Padre Gullón. Ofreció a todas las familias desalojadas el micrófono de Radio Seybo, radio que dirige y que lucha por la dignidad de las personas desde hace 51 años. Siempre ha sido centro de acopio, de solidaridad, y la ofreció de nuevo para que la población contribuya a ayudar a los desalojados de Los Solares. Miguel Ángel Gullón dice que no podemos ser indiferentes. Hay que luchar para que haya Justicia. Pensaba el dominico que en El Seybo no iba a haber más violaciones a la dignidad, que todo se había hecho, que no había nada que inventar. Recuerda los desalojos de los campesinos, conocidos como los peregrinos de El Seybo, y los de Matencio, que llegaron a Naciones Unidas.
En este desalojo, explica, se ha violado el Código Penal dominicano, no permite violentar a nadie entre las seis de la tarde y las seis de la mañana, y fue de madrugada, a las cinco, cuando sacaron de sus viviendas a estas familias dominicanas. Y si se hace el fiscal tiene que ir en persona con una orden, y el aviso tiene que hacerse con quince días de antelación. También recuerda Gullón la Constitución, que en su artículo 59 reconoce el derecho a una vivienda digna y obliga al Estado a crear las condiciones necesarias para hacer efectivo este derecho y promover planes de vivienda de interés social. Y no olvidemos la Carta de los Derechos Humanos.
Delante de estas familias sin hogar por la fuerza de la Policía dice este misionero que hay que custodiar y salvaguardar la dignidad. Pide a Dios que perdone a quien “maquiavélicamente” haya tramado esta actuación nocturna, y tiene que volver a denunciar de día otra cobardía de la noche, la de la noche del 5 de septiembre. Y sueña que el bien y la dignidad vuelvan a imperar en la provincia de El Seybo.
Patricia Rosety
Periodista CADENA COPE