La Semana de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado me ha dado la oportunidad de testimoniarla en Alcalá, en torno al mensaje: “Misioneros de la Esperanza”. La última ocasión fue en la parroquia de Santo Tomás de Villanueva, junto a un centro de acogida de emergencias, para acompañar la creación de un grupo parroquial de Migraciones. Subrayo lo de ‘parroquial’, porque el rostro de la Iglesia se renueva en lo pequeño, en lo cercano, en lo cotidiano.
El mensaje de este año nos invita a escuchar un clamor que atraviesa mares y fronteras: el clamor de millones de hombres, mujeres y niños que huyen de guerras, hambre y desastres climáticos. El papa León XIV recuerda que los migrantes no son solo víctimas de la historia. Misteriosamente, se convierten en misioneros de esperanza. Su caminar cansado, su resistencia a la muerte, su fe tenaz, son señales de que el futuro de Dios ya ha comenzado.
Jürgen Moltmann escribió: “La esperanza es memoria del futuro”. Esa memoria arde en el corazón de cada migrante que cruza desiertos y fronteras buscando un lugar donde vivir con dignidad.
Caminos de fe y desierto
Desde Abrahán hasta el pueblo de Israel en el desierto, la Escritura nos recuerda que la historia de la salvación es historia de un pueblo en camino. Hoy, los migrantes reviven esa experiencia ancestral.
Un joven de Eritrea, en un centro de acogida, me confesó: “No sé si llegaré a Europa, pero sé que Dios camina conmigo. Mientras tenga fe, el desierto no será mi tumba, sino mi camino”.
Su voz resuena como eco del salmo: “Tú, Señor, derramaste una lluvia generosa; tu herencia estaba exhausta y tú la reconfortaste”.
Dietrich Bonhoeffer, encarcelado por resistir al nazismo, escribió: “La verdadera esperanza comienza allí donde el hombre no espera ya nada de sí mismo”. Los migrantes lo saben. Cruzan fronteras sin papeles ni certezas, pero con la convicción de que la vida vale más que el miedo.
Una madre hondureña, con su hijo dormido en brazos, me confesó: “No tengo nada, pero mientras pueda mirarle, sabré que todo merece la pena”.
Ese “todo merece la pena” es semilla del Reino.
El rostro peregrino de la Iglesia
Los migrantes recuerdan a la Iglesia que es ‘civitas peregrina’, pueblo en marcha hacia la patria definitiva. Cuando la Iglesia se olvida de caminar, se encierra en la comodidad, se aburguesa y se vuelve estéril.
El papa León XIV habla de la ‘missio migrantium’, la misión realizada por los migrantes en las tierras que los reciben. No llegan con poder, sino con la fuerza del testimonio. Revitalizan comunidades cansadas, reavivan liturgias apagadas, siembran alegría donde había rutina. “El primer gesto de la evangelización es siempre el testimonio”, recordaba Pablo VI.
Nuestra responsabilidad ante un futuro que ya comienza
Pero no basta con admirarlos. La pregunta es: ¿qué hacemos nosotros ante su clamor?
Cuando el mundo levanta muros, la Iglesia debe abrir puertas.
Cuando los gobiernos negocian cifras, nosotros debemos mirar rostros.
Cuando las sociedades multiplican armas, nosotros debemos multiplicar mesas.
Bonhoeffer lo expresó con radicalidad: “Solo aquel que grita por los que no tienen voz tiene derecho a cantar”. Los migrantes nos llaman a ser voz incómoda y profética en defensa de quienes caminan.
María, que huyó a Egipto con José y el Niño, sabe lo que significa exilio. Una mujer guatemalteca, al cruzar el Río Bravo, me dijo con un rosario en la mano: “Si me hundo en el río, que mi última palabra sea ‘Ave María’”.
Ese rosario mojado es liturgia de los pobres, fe desnuda que no se deja arrebatar ni por el agua ni por la muerte.
Los migrantes son profetas de esperanza. Evangelizan con sus pasos. Nos enseñan que la esperanza no es lujo, sino necesidad. En ellos resuena la profecía de Zacarías: “Las plazas se llenarán de niños y niñas… la tierra dará su fruto, el cielo su rocío”.
Ese futuro no es un sueño irreal. Ya está naciendo. Cristo resucitado lo inauguró con su victoria sobre la muerte. Hoy llega con pies cansados y mochilas ligeras. Hoy los migrantes son misioneros, maestros y profetas entre nosotros.
Corolario en forma de oración
Camino descalzo,
pero llevo en mi mochila
una promesa.Cruzo fronteras,
pero sé que el horizonte
no tiene alambradas.Mi hijo duerme,
y en su sueño florece
el Reino que viene.Soy migrante,
soy herida y soy canto,
soy cruz y resurrección.Señor de los caminos,
en sus pasos heridos
reconocemos tu paso.Tú los hiciste profetas
de lo imposible,
sembradores de futuro
cuando todo parece cerrado.¡También aquí!
por
de VIDA NUEVA DIGITAL (26/09/2025)Si quieres leer el artículo lo puedes hacer, haciendo clic aquí